miércoles 25 de julio de 2012 11:51 AM
Aunque sólo se hable de la campaña, de las carrozas acolchadas del uno, los amapuches rodeado de gente del otro y de las encuestas chimbas y las que no lo son tanto, otras cosas siguen pasando cuya relevancia no ha de menospreciarse pues creo explican una que otra cosa.
Por una parte, la acción iniciada contra Venezuela en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (Ciadi) por una empresa minera ruso-canadiense, como secuela de la nacionalización del oro que dictó el padre de los helados, poniéndonos de nuevo frente a un procedimiento arbitral (entre tantísimos otros), consecuencia de caprichos incoherentes del cacique acolchado. Por la otra, las declaraciones del ministro de Defensa español en la que entre otros piropos y elogios califica a Hugo Rafael de "gran amigo" de España.
Los rusos, panitas de par de birras (o de vodka) desde que el miraflorino manda -o al menos panitas según él- cuando se menoscaban sus intereses exigen lo que se les debe y su gobierno les apoya, porque las alianzas contra el imperialismo imperial del imperio importan un pito si les quitan los churupos que correspondían, séase ruso, argentino o Jedi. Y al partido de gobierno español por mucha derecha, peineta, Iglesia, moral y algún franquista de contrabando, le resbala lo que haga nuestro mandamás con el armamento que les compra, siempre que compre y siga comprando, sobre todo en medio de crisis de la deuda, paro, y demás augurios de apocalipsis económica.
Desde la Historia de la Guerra del Peloponeso hasta Carl Schmitt, las percepciones de la política internacional basada en la simpleza de los intereses de las naciones y en la imposición de los más fuertes, han estado presentes y no dejarán de estarlo. No se trata de negar aquí la existencia de principios fundamentales del derecho internacional de los que las democracias modernas occidentales se han hecho eco. Se trata de destacar como el egocentrismo nacional generado desde Miraflores, fundamentado en supuestos ideales extraordinarios y revolucionarios, no es sino un parapeto incoherente, pero que abarca tanto al bando del tipo de la carroza acolchada como al nuestro, del flaco caminante.
Nos han convencido desde el gobierno de la existencia de blancos y negros, de amigos y enemigos, de derechas e izquierdas, de imperios y conquistados, en una concepción de lo geopolítico tan dialécticamente elemental como tonta. Y picamos. Picamos todos. Cuando algún opositor se horroriza por los acuerdos con "los comunistas chinos" es porque no se entera de nada. No faltó quien celebrara la victoria de Rajoy, porque en la patria del rey cazador de elefantes "sacaron a los socialistas", o que algún chavista se regodeara de la victoria de Hollande en Francia, o con las protestas de los indignados en todo el mundo. Como si aquello se relacionara estrechamente con nuestros estereotipos y designios, en la lucha eterna entre los buenos y los malos, de la que, por supuesto, como no, imagínate tú chico, formamos parte.
Esa sempiterna y quimérica diatriba global de la que creemos ser pieza esencial es la que alimenta con mayor fuerza el poder del cacique acolchado, en la que él y sólo él ha logrado hacerse gran protagonista hacia adentro cuando afuera importa poco o nada. Queda de nosotros no picar el anzuelo del antagonismo mediático; de buenos y malos que no existen; de ideales absolutos inventados y de amigos imaginarios que si son amigos de él serán nuestros enemigos y viceversa. Porque sea aquí, en Rusia o en España, antes y siempre, por la plata baila el mono. O por el oro. O por el petróleo.
miguelwd@yahoo.com
Twitter: @weilmiguel
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