La pobreza, el hartazgo por el inmovilismo político y la falta de democracia han encendido la mecha de protestas sociales en el Magreb y Oriente Próximo. Primero cayó el presidente de Túnez, Ben Ali, y después el de Egipto, Hosni Mubarak, como consecuencia de una presión popular que, tras dos semanas de protestas, se volvió insoportable para el régimen.
Desde el Atlántico al Golfo Pérsico, el mundo árabe es, sin duda, muy complejo y plural. Y no obstante, como señala Eugene Rogan, ese universo sorprende por la existencia de profundos elementos de identidad común. No solo relacionados con la historia, la lengua, la cultura o la religión, sino de palpitante actualidad.
Al fracaso generalizado de sus elites políticas y económicas para incorporar sus países a la modernidad, se añade la existencia en todos ellos de poblaciones masivamente juveniles. Niños, adolescentes y chavales constituyen la mitad o hasta las dos terceras partes de sus habitantes. Ya habitan en ciudades, ya tienen algún tipo de estudios y, sobre todo, saben lo que pasa en el mundo gracias a la televisión, los teléfonos móviles e Internet. Su vitalismo, sus ganas de tener lo mínimo de lo que disponen las gentes de la ribera septentrional del Mediterráneo, contrasta explosivamente con la frustración de sus tristes existencias.
El polvorín tenía que estallar tarde o temprano. Lo está haciendo en 2011 y en un sentido más próximo a lo que ocurrió en los años ochenta en la Europa del Este que a cualquier otra cosa. Hastiadas del falso dilema entre autocracia y teocracia en el que quieren encerrarlas tantos sus gobernantes como el cinismo de la realpolitik occidental, esas juventudes quieren democracia.
Una cosa es que los intereses geopolíticos estadounidenses tal vez no le permitan a Obama apostar tan a fondo como él quisiera por esta revolución democrática árabe que se entronca en la tradición de la norteamericana y la francesa. Y otra, muy distinta, es que no sepa que estamos ante un nuevo reparto de cartas en el norte de África y Oriente Próximo. Lo dejó claro el 1 de febrero al afirmar: “Defendemos los valores universales, incluidos los derechos del pueblo egipcio a la libertad de reunión, la libertad de expresión y la libertad de acceso a la información”. Donde Obama dijo “egipcio” podía haber dicho “árabe”.
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